El 4 de octubre de 1963, Haile Selassie I volvía a presentarse ante el pleno de las Naciones Unidas, tal como lo hizo en 1936 cuando fue el primer Jefe de Estado en pararse frente a ese estrado para alertar a Europa de la amenaza del fascismo italiano. En este discurso, el emperador de Etiopía nuevamente hizo un llamado a la paz mundial, un icónico discurso que posteriormente fue tomado por Bob Marley, extrayendo parte central de su mensaje, y plasmándola en uno de sus clásicos revolucionarios “War”, del álbum Rastaman Vibrations de 1976.
El discurso completo aquí:
“Sr. Presidente, distinguidos delegados: hace veintisiete años, como Emperador de Etiopía, subí a la tribuna en Ginebra, Suiza, para dirigirme a la Liga de Naciones y solicitar una ayuda para la destrucción que había sido desenlazada, por el invasor fascista, contra mi nación indefensa. Entonces hablé a y para la conciencia del mundo. Mis palabras no fueron escuchadas, pero la historia es testimonio de la exactitud de la advertencia que diese en 1936.
Hoy me encuentro ante la organización mundial que ha tenido éxito por la fachada abandonada dejada por su predecesor desacreditado. En este organismo se encuentra protegido el principio de la seguridad colectiva que en vano invoqué en Ginebra. Aquí, en esta Asamblea, descansa la mejor -tal vez la última- esperanza para la supervivencia pacífica de la humanidad. En 1936 declaré que no era la Alianza de la Liga lo que se encontraba en juego, sino la moralidad internacional. Promesas, dije entonces, son de poco valor si se carece de la voluntad para mantenerlas.
La Carta de las Naciones Unidas proclama las aspiraciones más nobles del hombre: la renuncia a usar la fuerza para solucionar las diferencias entre estados; la garantía de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales para todos sin distinción de raza, sexo, idioma o religión; la protección de la paz y seguridad internacional.
Pero estas, también, cómo eran las frases de la Alianza, eran solo palabras; su valor dependía totalmente de nuestra voluntad para cumplirlas y honrarlas y darles contenido y significado.
La conservación de la paz y la garantía de la libertades y los derechos básicos del hombre requieren un valor y vigilancia contínua: valor para hablar y actuar -y si es necesario, para sufrir y morir- por la verdad y la justicia; la vigilancia contínua, que aún la menor violación de la moralidad internacional debe ser detectada y corregida. Estas lecciones deben ser aprendidas una y otra vez por cada generación futura, y esa generación es en efecto afortunada si aprende de los otros antes que de su propia amarga experiencia. Esta Organización y cada uno de sus miembros tiene una responsabilidad aplastante y temible: absorber la sabiduría de la historia y aplicarla a los problemas actuales, a fin de que las futuras generaciones puedan nacer, vivir y morir en paz.
La historia de las Naciones Unidas durante los cortos años de su existencia ofrece a la Humanidad una base sólida de estímulos y esperanza para el futuro. Las Naciones Unidas han osado actuar, cuando la Liga no lo hizo -en Palestina, Corea, Suez y el Congo. Hoy entre nosotros no se encuentra nadie que no haga conjeturas sobre la reacción de esta entidad cuando se puso en duda su motivos y acciones. La opinión de esta organización hoy actúa como una poderosa influencia sobre las decisiones de sus miembros. Los ojos de la opinión mundial, enfocados por las Naciones Unidas en las violaciones de los renegados de la sociedad humana, han demostrado ser, hasta ahora, una protección eficaz contra la agresión desenfrenada y la violación ilimitada de los Derechos Humanos.
Las Naciones Unidas continúa siendo como un foro en donde las naciones cuyos intereses chocan, puedan presentar sus casos ante la opinión mundial. Todavía facilita una importante válvula de escape sin la cual el lento crecimiento de las presiones, desde hace mucho tiempo, han resultado en catastróficas explosiones. Sus acciones y decisiones han acelerado el éxito de la libertad para muchos pueblos en el Continente de África y Asia. Sus esfuerzos han contribuido al progreso de las condiciones de vida de los pueblos de todas partes del mundo.
Por esto, todos los hombres deben estar agradecidos. Mientras me encuentro aquí hoy, qué débil y distante, son los recuerdos de 1936. Cuán diferentes son en 1963 las actitudes de los hombres. En aquel entonces nos encontrábamos en una atmósfera de un pesimismo sofocante. Hoy, cauteloso pero un optimismo triunfante es el espíritu predominante.
Pero cada uno de nosotros reunidos aquí sabe que lo que se ha logrado no es suficiente. Los fracasos de las Naciones Unidas han sido y continúan sujetos a la frustración, a medida que Estados-Miembros individuales han ignorado sus pronunciamientos y desestiman sus recomendaciones. La fuerza de la organización se ha debilitado a medida que Estados-Miembros han eludido sus obligaciones para con ella. La autoridad de la Organización ha sido ridiculizada a medida que Estados-Miembros han continuado, en violación de sus mandatos, buscando sus propios objetivos y fines. Los problemas que continuaron plagándonos, todos aparentemente surgieron entre Estados-Miembros de la Organización, pero la Organización continúa impotente para hacer cumplir las soluciones aceptables. Como creador y ejecutor de la leyes internacionales, lo que las Naciones Unidas ha logrado, lamentablemente, todavía no cumple con las metas de ser una Comunidad Internacional de Naciones.
Esto no significa que las Naciones Unidas ha fracasado. He vivido demasiado tiempo para abrigar muchas ilusiones acerca de la arrogancia esencial de los hombres cuando se les exige una confrontación autoritaria ante el tema del control sobre su seguridad y derechos de propiedad. Ni siquiera ahora, cuando hay tanto en peligro, las naciones confiarían voluntariamente sus destinos en otras manos.
Sin embargo, este es el ultimátum que nos han presentado: asegurar las condiciones por las que el hombre confiará su seguridad a una entidad más grande, o arriesgar su aniquilación; persuadir a los hombres que su salvación consiste en la subordinación de los interese locales e internacionales a los intereses de la humanidad o poner en peligro el futuro del hombre. Estos son los objetivos que debemos tratar de alcanzar, inalcanzables en el pasado, hoy indispensables.
Hasta que logremos alcanzar este objetivo, el futuro de la humanidad continúa en peligro y la paz permanente un asunto de especulación. No existe una sola fórmula mágica, ni un solo paso simple, ni palabras, ya sea escrita en la Carta de la Organización o en el tratado entre los estados, que automáticamente nos puede garantizar lo que buscamos. La paz es un problema diario, el producto de una multitud de eventos y opiniones. La paz no es un “es”, es un “llegar a ser”. No podemos escapar a la terrible posibilidad de una catástrofe debido a un error. Pero podemos tomar las decisiones correctas en un sin fin de problemas subordinados, que cada nuevo día se plantean, y podemos de este modo hacer nuestra contribución -y tal vez lo que pueda ser razonablemente exigido de nosotros en 1963– para conservar la paz.
Es aquí en las Naciones Unidas nos han apoyado -no perfecta pero convenientemente. Y al mejorar las posibilidades que la Organización nos brinde un mejor servicio, servimos y nos acercamos más a nuestras metas más queridas.”
Brevemente mencionaré hoy dos asuntos específicos que son de honda preocupación para todos los hombres: el desarme militar y el establecimiento de la verdadera igualdad entre los hombres.
El desarme militar se ha convertido en el urgente mandato de nuestros tiempos, no digo esto porque yo comparo la ausencia de armas con la paz, o debido a que creo que poner fin a la carrera armamentística nuclear automáticamente garantiza la paz, o la eliminación de las cabezas nucleares de los arsenales del mundo traerá en su despertar un cambio en la actitud de las naciones y el cual es un requisito para la solución pacífica de los conflictos entre las naciones. Hoy, el desarme militar es importante, algo sencillo, debido a la inmensa capacidad destructiva de la que disponen los pueblos.
Desde la edad de piedra la producción de armas ha sido siempre la fuente de la propia destrucción del hombre. Aunque el logro del desarme general y completo requiere mucho tiempo, es alentador observar que se han dedicado grandes esfuerzos a su consecución.
Mi país apoya el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares como un paso hacia ese objetivo aunque sea sólo un paso parcial. El verdadero significado del tratado es que admite un estancamiento tácito entre las naciones que deben haberlo creado. Un estancamiento que reconoce el contundente e inevitable hecho de que nadie emergerá de la destrucción total que sería la suerte de todos en el caso de una guerra nuclear. Un estancamiento que nos proporciona a nosotros y a las Naciones Unidas el encanto de la respiración en el que poder actuar.
El objetivo de la igualdad del hombre que buscamos es la misma antítesis de la explotación de un pueblo por otro sobre la cual las páginas de la historia, y particularmente sobre las escritas de los continentes africano y asiático, nos hablan tan extensamente.
El pasado mes de mayo, en Addis Abeba, se convocó una reunión de jefes de los Estados y gobiernos africanos. En tres días, las treinta y dos naciones presentadas en esa conferencia demostraron al mundo que cuando las voluntades y la determinación existen, las naciones y los pueblos de diversos orígenes pueden y trabajarán juntos en la unidad en el logro de objetivos comunes para la garantía de esa igualdad y hermandad que deseamos.
Aunque nuestra posición es la de admitir e identificar al hecho de que siempre hemos tratado de cooperar con todas las naciones sin excepción. Por lo tanto, uno de los principios fundamentales que hemos acordado en la cumbre de Addis Abeba expresa nuestro deseo fundamental de vivir en armonía y cooperación con todos los Estados.
Sobre la cuestión de la discriminación racial, la Conferencia de Addis Abeba enseñó a los que aprenderán, esta lección adicional: Hasta que la filosofía que sostiene una raza superior y otra inferior sea finalmente y permanentemente desacreditada y abandonada; hasta que no haya ciudadanos de primera y segunda clase de ninguna nación.
Hasta que el color de la piel de un hombre no tenga más importancia que el color de sus ojos. Que hasta que los Derechos Humanos básicos estén igualmente garantizados a todos sin tener en cuenta la raza. Que hasta ese día, el sueño de una paz duradera y la ciudadanía mundial y el imperio de la moralidad internacional, seguirán siendo una ilusión fugaz, perseguida pero nunca alcanzada.
Y hasta que los regímenes innobles e infelices que mantienen a nuestros hermanos en Angola, en Mozambique y en Sudáfrica y en servidumbre subhumana hayan sido derribados, destruidos. Hasta que la intolerancia y el prejuicio y el egoísmo malicioso e inhumano hayan sido reemplazadas por la comprensión, la tolerancia y la buena voluntad. Hasta que todos los africanos se paren y hablen como seres humanos libres, iguales a los ojos de todos los hombres, como lo son a los ojos del cielo; hasta ese día, el continente africano no conocerá la paz.
Los africanos lucharemos, si es necesario, y sabemos que vamos a ganar, ya que confiamos en la victoria del bien sobre el mal.
La base de la discriminación racial, el colonialismo, ha sido económica y es con armas económicas como estos males han sido y pueden ser superados.
En cumplimiento de las resoluciones adoptadas en la Cumbre de Addis Abeba, los Estados Africanos han adoptado ciertas medidas en el ámbito económico que, si fueran adoptadas por todos los Estados miembros de las Naciones Unidas, pronto reducirían la intransigencia a la razón.
Hoy pido que todas las naciones aquí representadas que se adhieran a estas medidas, que realmente se dedican a los principios enunciados en la Carta. No creo que Portugal y Sudáfrica estén dispuestos a cometer un suicidio económico o físico si existen alternativas honorables y razonables. Creo que se pueden encontrar esas alternativas.
Debemos actuar mientras podamos, mientras exista la ocasión de ejercer las presiones legítimas que tenemos a nuestra disposición, para que no se agoten los tiempos y se recurra a medios menos felices.
Las grandes naciones del mundo harían bien en recordar que en la época moderna ni siquiera su propio destino está en sus manos. La paz requiere el esfuerzo unido de todos nosotros. ¿Quién puede prever qué chispa puede encender el fusible?.
Las apuestas son idénticas para cada uno de nosotros: la vida o la muerte. Todos deseamos vivir. Todos buscamos un mundo en que los hombres estén libres de las cargas de la ignorancia, la pobreza, el hambre y la enfermedad. Y todos estaremos muy presionados para escapar de la lluvia mortal de la caída nuclear si la catástrofe nos alcanza.
Los problemas que hoy nos enfrentamos son igualmente inauditos. No tienen contrapartida en la experiencia humana. Los hombres buscan en las páginas de la historia soluciones, precedentes, pero al final no hay ninguno. Esto, entonces, es el desafío final. ¿Dónde debemos buscar nuestra supervivencia, las respuestas a las preguntas que nunca antes hemos tenido?.
Debemos mirar primero al Dios Todopoderoso, que ha levantado al hombre sobre los animales y dotado de inteligencia y razón. Debemos poner nuestra fe en él, para que Él no nos abandone ni nos permita destruir el género humano que Él creó a Su imagen. Y debemos mirar dentro de nosotros mismos, en la profundidad de nuestras almas.
Debemos convertirnos en algo que nunca hemos sido y por lo que nuestra educación y experiencia y medio ambiente nos han preparado mal. Debemos ser más grandes de lo que nunca hemos sido: más valientes, más grandes en espíritu y claros en perspectiva. Debemos ser miembros de una nueva raza, superando los pequeños prejuicios, debido a nuestra lealtad final, no a las acciones, sino a nuestros semejantes dentro de la comunidad humana”.
Su Majestad Imperial Haile Selassie I
4 Octubre de 1963, Nueva York, Estados Unidos.