Sergio Regazzoni, activista de movimiento ciudadano para legalizar la marihuana en Suiza: “El cáñamo es la planta que salvará al mundo”

Así de enfático y seguro. Sin pelos en la lengua este comunicador de 58 años de edad del Ticino, cantón italiano de Suiza –que vendría a ser un símil de las regiones de Chile-, habla de lo humano y lo divino respecto a la weed. Doctor en Ciencias Políticas y Máster en Comunicación de Crisis, títulos obtenidos en la Universidad de Torino y de Zurich respectivamente. No trabaja, pues está dedicado 24/7 a La Associazione Cannabis Ricreativa Ticino, agrupación ciudadana con más de 10 mil inscritos, que aspira legalizar el consumo de marihuana, mediante acciones políticas e intervenciones urbanas. Casado 4 veces y con una hija fuma hace 44 años. Lo fui a buscar para entrevistarlo y me esperaba con un bate de hash, una galleta de marihuana y un AK-47. ¿Bien o bien?

Por Franco Barbato, desde Lugano-Suiza

 

Llegué a Il Canapaio a encontrarme con Sergio un poco tarde. Mal. Il Canapaio es una tienda donde venden todo hecho a base de cáñamo: pantalones, bolsos, poleras, también pipas, bongs, papelillos, moledores, matacolas, filtros, revistas, inciensos, en fin, es un antro, un imán para todos los volados de Lugano, ciudad del Ticino donde está inspirado este relato. Y es que no es fácil ser volado acá, Suiza es un país donde todo funciona bien… “como reloj” y el control policial (que no tiene mucha pega en uno de los 5 países con mejores estándares de vida del mundo) se hace sentir junto a sus molestas multas de 100 francos a los que son sorprendidos fumando, algo así como 62 mil pesos chilenos.

Me saluda y a los 15 minutos me ofrece, pícaramente, una galleta que me como sin pensarlo medio segundo. Ríe y asiente. Le pregunto por qué los suizos fuman la marihuana mezclada con tabaco, ríe de nuevo y no me responde. Tras mostrarme la tienda, que no es de él, y presentarme algunos de sus amigos pasamos a una pequeña “oficina”, ubicada atrás del mesón de pago, una pieza pequeña, oscura y sin ventilación, pero desordenada como si se hubieran encontrado allí un huracán con un tsunami. Sobre una mesa hay restos de hierba, papeles, libros, ceniza fuera de un improvisado cenicero e incontables distractores que hacen difícil mi trabajo de enfocarme en la conversación. Comienzo a sentir el efecto de la galleta. Los músculos de mi cara se relajan, quiero reír y celebrar todo lo que dice Sergio. Los brazos me pesan y mi boca está más seca que el desierto de Atacama. Me gira la cabeza y la vista se me pierde ahí, donde hay revistas, ahí, en los dedos amarillos de Sergio, ahí, en el rincón del techo donde busco telas de arañas o cualquier signo de vida, mientras él habla y termina de rolar un cono perfecto de tabaco y hash.

A diferencia de lo que yo creía, la marihuana nunca fue legal en Suiza. Era tolerada, pero jamás legalizada. En la década de los 90 se hizo un experimento político en Zurich, donde se habilitó una plaza conocida como “El Parque de las Agujas”, al centro de la ciudad para acoger heroinómanos, quienes recibían sus dosis del Gobierno. Como era de esperarse, el asunto se salió de control. En un momento fueron más de 20 mil los jonkies que se reunían con sus jeringas y brazos llenos de moretones a drogarse, multiplicando un sinnúmero de enfermedades y deconstruyendo el rígido orden paisajístico, arquitectónico y social de influencia alemán sobre el cual se sustenta la ciudad.

Sergio afirma que Suiza siempre ha estado un paso adelante en el debate sobre la liberación de las drogas. En el 2000 se abrieron muchos negocios que vendían hierba, pero como consecuencia aumentó el tráfico en otros, puesto que llegaban, principalmente, de Italia a comprar weed para internarla al resto de Europa. La presión internacional se hizo sentir fuerte y el sueño se acabó, la clase política legisló sobre esta situación y determinó tipificar el consumo y porte de marihuana, haciendo de éstos actos punibles. Durante 4 años cualquier persona pudo comprar marihuana en la cantidad que deseara, sin ningún tipo de regulación.

Sergio subraya que la política en Suiza legisla sin saber exactamente lo que hace. “En el ámbito de la canapa (cáñamo) hay una gran hipocresía, porque no es un crimen consumir cannabis en cantidad módica (10 gramos), por lo tanto los mayores de edad que portan hasta 10 gr no caen en una situación penal, sí en una contravención, se les da una multa y fin del asunto. Pero si calculamos que en Ticino, de los 30 mil fumadores que somos, todos los mayores de edad residentes que fuman recreativamente, pagasen el IVA sobre lo que consumen, el Estado recibiría mucho dinero sin deber hacer ninguna operación de caza a los que fuman. Ellos, en cambio, logran tomar 100 francos de un máximo de un 10% de los fumadores.”

Sergio habla y ya vamos en la mitad del desnucador de hash. La risa y los brazos pesados son cosas del pasado. Siento que la mirada de mis ojos se expande y logra captar y entender todo lo que sucede en esta caótica habitación. Veo el rostro serio y alterado de Sergio. Me detengo en sus expresiones aceleradas: se para, se sienta, sube la voz y mueve las manos como si estuviera espantando un enjambre de abejas. Tiene un aire a Manuel Pelligrini, algo en su semblante y en su discurso perfectamente recitado me recuerdan la solemnidad del “Ingeniero”. Y pienso en el Manchester City y en el mercado de traspasos europeo, en el desafío de Alexis Sánchez en el fútbol inglés y recuerdo el palo de Pinilla. Mal. Me sudan las manos. Dejo el hash en el cenicero y me concentro nuevamente en Sergio.

“Desde julio de este año rige en Ticino la nueva ley de drogas. Ahora no debe ser un juez, sino un policía el que de la multa de hasta 100 fr. Yo pienso ir al parque a fumar, me haré arrestar y demostraré como actúan y el objetivo que tienen las fuerzas de orden público. Porque del momento que tú mandas a un policía a cazar fumadores ya te equivocaste. Después vendrán dos horas en la central de Carabineros con dos policías que tienen un costo mantenerlos, después la oficina, el computador, el magistrado que cuesta más que dos carabineros y que tiene, también, oficina y secretaria, después llegará la multa, yo le hago un recurso y se alarga más el proceso. Al fin ellos gastarán 40 o 50 mil fr. de la comunidad para darme una multa de 100 fr. No vale la pena.”

Sociocracia y activismo

La Associazione Cannabis Ricreativa Ticino se creó hace 4 años y agrupa a unos 10 mil fumadores inscritos, quienes pagan una cuota mensual para financiar los viajes y material de campaña, además de participar de diferentes eventos recreativos. Tienen su objetivo bien claro, que consiste en sistematizarse, pagar impuestos y dejar la ilegalidad para entrar al sistema, haciendo una base de datos con sus adherentes y no ser más perseguidos policial ni judicialmente. En diciembre de 2013 se inició el proyecto Cannabis Social Club en Ginebra, con el fin de liberalizar el consumo recreativo. La asociación pretende emular la experiencia, pero el gobierno afirmó que en Ticino no hay necesidad de crearlo, dándole un feo portazo a las intenciones de Sergio y La Associazione de legalizar la marihuana.

“El cáñamo es la planta que salvará al mundo y debe ser sustitutiva de la sociedad del petróleo, de la química y de la industria farmacéutica. Todos vivimos en el mismo acuario, pero para nadar necesitamos agua limpia. Pero ellos no nos permiten vivir en un ambiente natural. Nos dan medicina para cortar la salivación, pero que hace mal a los riñones, cuando te bastaría fumar una cana y la salivación se va, porque uno de sus efectos es precisamente secar la boca. ¿Por qué debo tomar una medicina que dentro de sus contraindicaciones me puede arruinar los riñones? La cannabis te permite tener una visión de la política que no es la tradicional. La política de partidos, movimientos y de ideologías ha andado muy bien, el comunismo, el socialismo, el democentrismo, todo ha andado muy bien, pero nosotros debemos dar un paso adelante. En esta democracia vas a votar, pero es como si le dijeras a una mujer vamos hacer el amor, pero en el momento oportuno te haces una paja. Andar a votar es hacerse una paja. Nosotros queremos hacer el amor y lo que necesitamos es una sociocracia, en la cual no haya un líder ni un jefe.”

El hash me tiene inquieto. Prendo mi cuarto cigarro para calmar el ansia. Me sudan las manos y la espalda la tengo escarchada. Observo el suelo y mentalmente calculo su distancia con el techo, pues siento que segundo a segundo se acercan más y más, aumentando mi claustrofobia. El humo concentrado en la habitación tampoco ayuda. Tozo, me golpeo el pecho y con los ojos vidriosos, ardientes y rojos miro directamente a los de Sergio, quien inspirado continua.

“Nosotros pedimos al canton del Ticino que propusiera al gobierno federal una excepción sobre la ley para que entre 3 y 5 años se hiciera el proyecto Cannabis Social Club, metiendo en éste a los 30 mil que fuman ilegalmente en la calle y así policías y jueces se preocupen de emergencias criminales de verdad y después de estos 3 o 5 años hacer un balance para verificar si es mejor con el Cannabis Social Club que sin él.”

Tras este fracaso, Sergio afirma que comenzarán este invierno (21 de diciembre) a ejercer lobbie en las principales ciudades de Suiza, reforzarando su activismo. “Nosotros no queremos andar en la plaza pública con carteles, nosotros queremos ir a regalarla (la weed) y que venga la policía a arrestarnos y salir en el periódico”.

Salimos a tomar aire. Sergio prende otro hash y pareciendo comprender mi, hasta ese día, virginidad de hash, no me ofrece, aunque me mira insinuando que si quiero fumar basta extender mi mano. Pero no. No lo hago. No más por hoy. Entramos a la tienda y sorpresa, el capo de Il Canapaio ha llegado y está rolando un AK-47… pero ésa es otra historia.